jueves, 2 de octubre de 2014
El bicho abrecaminos
https://drive.google.com/file/d/0B9F0nUziPVKiNmlKY0tCUmoyck0/edit?usp=sharing
Se promueve la
reproducción sin fines de lucro… Queríamos que el libro tuviera muchos colores,
pero no pudimos porque los sacapuntas se fueron de vacaciones. Capaz que vos te
animás a colorearlo. ¿Cómo la ves?
Había una vez, hace mucho, pero mucho, pero como veinte
veces mucho tiempo, un pueblo en el que las personas vivían cada una en su
casa, siempre soñando con ir a la casa de los demás para jugar, cantar, y jugar
otra vez, y otra vez cantar, y así. Pero tenían un problema: en el pueblo no
había forma de llegar a la casa de los otros. Es que el pueblo no tenía
caminos, y así pasaba que alguno salía de su casa, muy contento de haber tomado
tan importante decisión, y andaba y andaba sin rumbo hasta que se perdía y
después tenía que desandar sus pasos hacia atrás para volver a su casa con los
ojos vacíos por no poder ver a los amigos. Así vivieron los habitantes de este
pueblo por mucho, pero mucho, pero como diez muchos de tiempo.
Un día, un niño vio un punto en el horizonte. Empezó a
gritarles a todos que aquello era algo extraño, algo como..., como extraño.
Pero nadie le prestó atención.
Al mediodía, mientras se almorzaba en cada casa, ya acostumbrados a la
tristeza de no poder compartir, el mismo niño volvió a gritarles. El punto en
el horizonte se había agrandado y dejaba atrás algo extraño, algo como..., como
extraño. Otra vez, todos lo ignoraron.
En la tarde, ya cansado de gritar, vio cómo el punto
en el horizonte se transformaba en una mancha que crecía a medida que el tiempo
pasaba. Parecía uno de esos aviones que van dejando un chorro de humo para
escribir en el cielo lo que deseamos. El niño pensó en un avión y se lo imaginó
dando vueltas en el cielo, escribiendo la palabra “CAMINO”. Si bien le gustó la
idea, también se complicó un poco, porque intentaba escribir con un palo la
palabra “CAMINO” en la tierra, pero sin levantar el palo.
Así estuvo un buen rato, como
cinco veces rato, por lo menos, hasta que lo consiguió. Cuando levantó la
cabeza, casi se cae del susto: cerca, como a dos o tres cercas de él, estaba
parado una especie de bicho raro que lo miraba tranquilamente. Al niño le costó
salir de su asombro. Cuando se acostumbró a ver a aquel bicho, observó que
detrás tenía algo que nunca había visto: un camino.
El bicho parecía una estatua, y tenía tres patas. Lo
más extraño era que las patas eran llaves, como esas que se usan en las
puertas. Y eso no era todo; cuando el niño preguntó en voz alta: “¿Y este
bicharraco de dónde salió?”, el bicho se lo quedó mirando, masticó una o dos
piedritas como si fueran chicles, y después empezó a hablar:
_ ¿No sabés quién soy?
El niño, todavía muy
sorprendido, le dijo:
_ Ni idea... Sos muy raro –
agregó, y le iba a decir “bicharraco” pero se contuvo, porque no quería ser
descortés.
_ ¿Cómo es posible que no me
conozcas? – preguntó el bicho.
_ No sé – le contestó el niño
que, ya más animado, le empezó a arrojar piedritas, no sólo porque el bicho se
alimentaba de ellas, sino porque era el primero que conocía al que le agradaba
que le tiraran piedras.
_ ¡Soy el bicho abrecaminos!
_ ¿Abre qué? – preguntó el
niño.
_ Abrecaminos – repitió el
bicho.
_ ¿Y a qué te dedicás?
_ A coser calzones de
hipopótamos.
_ ¿En serio? – preguntó el
niño, imaginándose el trabajo que daría coser calzones tan grandes.
_ No, era una broma – dijo el
bicho –, me llamo así porque cada vez que me desplazo de un lugar a otro, voy
dejando un camino detrás de mí. ¿Entendés?
_ ¡Claro! ¿Te pensás que soy
bobo? – dijo el niño.
_ No, no – repuso el bicho –,
es que con esto de andar abriendo caminos acá y allá, a veces me parece que eso
es lo único importante. Y hay tantas cosas que no conozco... No sé..., por
ejemplo, nunca vi una mariposa.
_ ¿En serio? – dijo el niño –.
Aquí hay muchas mariposas... Y muchas cosas más...
_ ¿Muchas? – preguntó ansioso
el bicho.
_ Muchas – contestó el niño –.
Pero muchas, muchas. Como veinte veces muchas.
_ ¡Paaaaah! – exclamó el bicho
– ¿Y vos me las enseñarías?
_ Obvio – dijo el niño –. Y
además, si vamos hasta la casa de los otros habitantes del pueblo, ellos te
podrán mostrar muuuuuuuuchiiiiiiiiiiiiiiiiiiiísimas cosas más. Como
ochocientasdós, metele. ¿Querés que vayamos a verlos?
_ Sí, dale – dijo el bicho.
Entonces,
los dos comenzaron a ir de una casa a la otra, consultando a los habitantes
sobre el gusto del limón, el aroma de los jazmines, la música, los colores, la
danza, el guiso, el juego de las escondidas, cómo hacer títeres y muchas, pero
muchas, pero como veinte veces muchas, cosas más.
Y así, sin darse cuenta,
cada vez que iban a una nueva casa, el bicho abrecaminos abría otro camino
nuevo; hasta que llegó un momento en que el pueblo se llenó de caminos y todo
el mundo podía ir adonde quisiera y encontrarse con quien quisiera.
Cuando todos ya le habían
enseñado algo nuevo, el bicho se dio cuenta de que debía partir. Así que se
despidió de todos y se fue, de lo más pancho, abriendo caminos por ahí.
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